Tomado de una nota en periodico Vanguardia
El Alcalde de García que ha sobrevivido a atentados, platica que cuando mataron a su secretario de Seguridad, despidió a todos los policías y hace días exterminó a taxistas ‘pirata’
MONTERREY, NL.- El alcalde de García, Jaime Rodríguez Calderón, atraviesa de tres zancadas la pequeña antesala donde una docena de ciudadanos aguarda pacientemente para verlo en su despacho. Detrás suyo van un par de cámaras de televisión que han estado tomándolo desde temprano, mientras respondía a los reporteros que lo entrevistaron a cerca del más reciente golpe de timón que sacudió a este municipio de 150 mil habitantes, localizado al poniente de la capital del estado: el retiro masivo de taxis pirata.
Sale ante el alboroto de esos taxistas y sus familiares. Le reclaman por ser injusto, pero él va a explicarles con su lenguaje poco ortodoxo por qué tomó esa decisión. “Tú deberías ponerte a barrer. ¡Si estás cojo, hombre! No me digas que andas manejando con una sola pata”, le suelta al que más grita. “Aquí te doy chamba. Yo les doy chamba, pero no me pidan que los deje andar en el taxi de manera ilegal”.
La protesta terminó en menos de 10 minutos y el Alcalde priísta volvió a la oficina, observado en todo momento por siete guardias armados con fusiles de asalto. El lunes, dos días antes de esa pequeña manifestación, sostuvo un encuentro formal con los líderes de los taxistas, a quienes convocó en la sala de cabildo. Los mismos guardias que lo cuidaron en la explanada, descubrieron que dos de los presentes tenían abiertos sus Nextel para que alguien al otro lado escuchara en vivo la sesión.
“Eran halcones”, dice sin mayor sorpresa. “Mis guardias luego luego los sacaron a flote. Les quitaron los nexteles y vimos allí que uno era un tal ‘Flaco’ y el otro un tal ‘Hugo’. Ya hasta nos burlamos de ellos. Son los jefecillos. Así que tomamos los radios y les dijimos: Ahí vamos por ustedes, cabrones”.
La ciudad quedó vacía de taxis. Todos operaban de manera irregular. Según el Alcalde, el servicio al público era un trabajo extra para muchos de ellos, que en realidad patrullaban y daban reporte a los narcotraficantes de lo que veían. El Gobierno Estatal no quiso o no pudo resolver la ilegalidad con la urgencia debida y Rodríguez decidió solucionarlo desde la instancia municipal, tal y como ha hecho con problemas anteriores.
“Ya no me frustro, ya pasé por eso”, dice. “Primero voy a buscar al (gobierno del) estado y luego a la federación. ¿No me resolvieron? Pues, chinguen a su madre, lo resuelvo aquí. Es cuestión de voluntad, compadre”.
La voluntad se le ha vuelto algo obsesivo. En la campaña política que inició hace dos años solía platicar con los pequeños comerciantes y de ellos escuchó historias que le parecían increíbles: ninguno pagaba el servicio de recolección de basura, por ejemplo, pero a cambio cubrían puntualmente las extorsiones de criminales y policías.
“En ese momento yo decía: ¡puta, qué ando haciendo yo en este pedo! En serio, te lo juro. Pero ya andaba metido y decía: ahora qué hago. Entonces fui caminando, recorriendo la ciudad y les decía a los comerciantes y a los ciudadanos: cuando yo llegue vamos a arreglar este pedo. Y se me quedaban viendo. ¿Será uno más de los que vienen y dicen pero no hacen nada? Pero no. Yo les decía: lo voy a hacer”.
‘Jamás he dejado a los míos’
García colinda con municipios subordinados a la delincuencia, como Escobedo, Hidalgo y Santa Catalina. Está a unos cuantos kilómetros de Monterrey y es famoso por sus grutas y sus casonas de más de un siglo de antigüedad. Hasta hace unos años la plusvalía de sus terrenos era elevada, pero poco a poco fue diluyéndose ese atractivo debido al aumento del crimen. En año y medio de funciones, Rodríguez dice que cerró 250 lugares en los que se vendía droga y que clausuró todas las cantinas, bares y salones de baile en los que se ejercía la prostitución, hasta dejar sólo tres de ellos abiertos.
“No creas que soy moralista. Yo también voy a las cantinas y me gusta ir a los antros, me gusta echarme una cerveza o agarro el pedo de vez en cuando. Es siempre y cuando cumplan la ley”.
Aquella primera ronda en la que prometió retornar la legalidad, tuvo consecuencias. Un día que estaba solo con su hija de un año, un grupo de desconocidos tiroteó su casa. Luego corrieron rumores de que secuestrarían a la niña, una amenaza que sigue rondando. Rodríguez ganó los comicios con amplia ventaja, y cuando creyó que eso terminaría con la ofensiva de los criminales, asesinaron al general que había nombrado como secretario de seguridad, cuatro días después de tomar protesta como Alcalde.
“Me dio un coraje de la chingada”, dice Rodríguez, exaltándose ante el recuerdo. “Después de que matan al secretario, lo enterré. Junté a la Policía: Se me van todos a chingar su madre. Corrimos a 160 de 160. A 27 los metí a la cárcel porque confesaron estar coludidos con la delincuencia”.
Unos meses después, esos 27 policías fueron puestos en libertad. El Alcalde no se enteró sino hasta el mediodía del 25 de febrero, cuando fue atacado a balazos mientras se dirigía a Monterrey. Tres de los pistoleros que lo atacaron quedaron sin vida y a uno de ellos lo identificó como uno de los agentes a los que él llevó a prisión.
El atentado del 25 de febrero los tomó por sorpresa. Rodríguez creyó que el asesinato de su Jefe de Policía había sido el máximo atrevimiento de los narcos locales, así que su escolta era hasta cierto punto modesta, de cuatro elementos y una camioneta blindaba. Cuenta que pudo ver cuando se aproximaban los pistoleros hasta ponerse al parejo y descargarle sus armas. Las balas rebotaban como granizo. “Fue una experiencia muy cabrona”, resume. La impresión del segundo ataque fue mayor. Ocurrió cinco semanas después, al comenzar la noche del 29 de marzo.
Los pistoleros formaron una barricada con sus camionetas, al borde de la avenida por la que iba a pasar, y otro grupo los cercó por detrás (“Nos estaban esperando. ¡Y los ves, cabrón!”). La camioneta blindada del alcalde de García era seguida por las dos camionetas de sus ocho escoltas (“militares de entre 20 y 30 años, que saben lo que hacen”). En segundos una de las camionetas se estrelló y la otra saltó por el camellón con las llantas destrozadas. Supo que nadie había muerto porque pudo verlos bajarse, disparando los cuatro fusiles y las cuatro pistolas que portaban.
Ordenó al chofer regresarse
Dejó la camioneta blindada como escudo ante los que tiraban desde enfrente y la otra los protegió de los pistoleros que venían por detrás (“como en siete camionetas”). Los peritos recogieron mil 600 cartuchos del perímetro donde estaba el Alcalde. Su camioneta quedó con 76 impactos de su lado y otros 78 del lado del chofer. Su escolta disparó tiros de precisión, ahorrando balas. Los agresores (“eran como 40”) se despacharon con la cuchara grande. El ataque duró unos 20 minutos. Rodríguez vio caer a varios atacantes, pero a todos se los llevaron en la huída. De su parte, dos escoltas fueron alcanzados. Uno de ellos, Agustín, salió del pertrecho cuando los otros ya se retiraban y le pegaron en la pierna. Murió desangrado.
La camioneta del Alcalde es una pick-up de doble cabina. Con las llantas destrozadas y la carrocería abollada lograron llegar hasta su casa, con todo y heridos. Allí lo esperaban agentes del Ministerio Público, un teniente coronel del Ejército, su Jefe de Policía y varios de los 72 militares de elite que forman su cuerpo táctico de seguridad, a los que bautizó como Águilas, “porque son más chingones que los halcones”. La menor de sus hijas tenía una semana de nacida. Con todo el personal metido, la esposa intentaba dormir. Lo llamó a mitad de un interrogatorio para que cambiara a la niña mayor. “Mi esposa es muy fuerte, pero la vi ya quebrada. Me senté y empezó a llorar. Le agarré la cabeza. Le dije: no llores, si todavía no me he muerto”.
El Alcalde se había bebido para entonces litro y medio de tequila, pero no estaba ebrio (“la adrenalina es cabrona”). Dejó a su esposa leyendo “El Secreto”, de Rhonda Byrne, el libro espiritual que tiene de cabecera. Volvió a la sala con el teniente coronel, que antes lo había criticado por romper protocolos de seguridad. Rodríguez había prometido al militar ceñirse a los cánones en un futuro atentado, pero recapacitó: si en ambos ataques hubiera huido, sus guardias estarían muertos. “Yo te juro que jamás he dejado a los míos en ninguna parte, cabrón, así me cargue la chingada”, dice “El Alcalde bronco”.
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